viernes, 4 de mayo de 2018

Sor Juana Inés de la Cruz en nuestro tiempo (pasado)


En 1995 el historiador Elías Trabulse dio a conocer[i] la existencia de la Carta de Serafina de Cristo, documento relacionado con la incidental polémica que desató en México la publicación que, en 1690, hizo el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, de la Carta atenagórica de Sor Juana Inés de la Cruz. Según Trabulse, la Carta de Serafina de Cristo era de la autoría de la poetisa, quien la había escrito para mofarse tanto de su antiguo confesor, Antonio Núñez de Miranda, como del prelado poblano.[ii] En efecto, para el historiador, “la Carta de Serafina de Cristo es la contraparte satírica de la Respuesta a Sor Filotea fechada un mes después. Lo que Sor Juana no pudo decir en esta última, lo dijo en aquélla. La indignación que le produjo la Carta que le envió el obispo con el seudónimo de Filotea de la Cruz, la desahogó en esa fina sátira”.[iii]

Esta hipótesis produjo furor entre muchos sorjuanistas, quienes, creyendo estar en posesión de la prueba de que a la monja jerónima la había hostigado la Iglesia, se lanzaron a secundarla.[iv] Por desgracia para ellos, la hipótesis de Trabulse fue ampliamente refutada en el libro de 1998 de Antonio Alatorre y Martha Lilia Tenorio, Serafina y Sor Juana.
En esa misma obra, entrambos analistas exhibieron una falta más de Trabulse: la falsificación histórica referente a que la Fénix había sido objeto de un “proceso secreto” por parte del arzobispo de México, en el cual, según el jamás demostrado dicho de Trabulse, “fue conminada a renunciar a las letras, y obligada a no publicar más”.[v]
El siglo XXI trajo consigo nuevos y trascendentales aportes a la historiografía sorjuanina. En 2004 José Antonio Rodríguez Garrido publicó el hallazgo que realizó en Perú de dos documentos fundamentales[vi] para esclarecer el falso dilema de la persecución a que, según la crítica liberal, la Iglesia habría sometido a Sor Juana Inés de la Cruz. Estos papeles ratificaron, además, que la Décima Musa no había compuesto la Carta de Serafina de Cristo.
            El libro de Rodríguez Garrido recibió cierta atención de la crítica sorjuanista, pero no impactó en los estudios subsecuentes, cuya tónica siguió siendo, luego de hacer oídos sordos a la nueva documentación que los contradecía, la de la leyenda negra de la persecución eclesiástica.[vii]
            En 2010 di a la estampa Sor Juana Inés de la Cruz. Doncella del Verbo (Hermosillo, Garabatos), ambiciosa biografía de la Fénix, que fue coronada con cuatro nuevos documentos, entre los que se cuentan la Carta de Puebla y la Carta de San Miguel, que no sólo prueban de manera rotunda la falsedad de la leyenda negra, pero reafirman que la madre Juana no redactó la Carta de Serafina de Cristo. Por si no bastara, en 2011 di a conocer públicamente la existencia de la cláusula 20 del testamento de José de Lombeyda,[viii] que hace desvanecer la insidiosa afirmación liberal de que el arzobispo de México le quitó la biblioteca a la religiosa.
            Desafortunadamente, el medio sorjuanista parece estar más interesado en conservar el statu quo que en conocer la verdad histórica concerniente a la poetisa, de manera que los hallazgos del siglo XXI que al unísono contrarían las versiones de la Sor Juana enfrentada con la Iglesia son o mutilados, o falseados o, sencillamente, ignorados.
            Como, a pesar de todo, los propugnadores de la leyenda negra tienen necesidad de dar un barniz de seriedad académica a sus elucubraciones carentes de sustento histórico, desde hace varios años, ante la aparición del sólido corpus que los contradice, han empezado, con el burdo designo de contrapesarlo, a reactivar las insostenibles presunciones de Elías Trabulse. Dado que “peor es nada”, diversos críticos anticlericales están introduciéndolas en sus análisis para “justificarlos”. Presenciamos, así, al insólito resurgimiento[ix] de una exégesis espuria, muerta hace más de cuatro lustros, y que las nuevas evidencias históricas han acabado de desacreditar.
            Muestra de lo anterior la tenemos en el reciente libro Sor Juana Inés de la Cruz en nuestro tiempo (Toluca, FOEM, 2017), en el cual, pese a asegurarse en la “Presentación” que “reúne un conjunto de ensayos, trazados desde una perspectiva contemporánea, con la finalidad de dar algunas respuestas novedosas”, en realidad se vuelve a ofrecer “respuestas” desacreditadas hace más de 20 años.
            La obra, en efecto, consta de cuatro artículos, de los cuales sólo el de Sara Poot Herrera reconoce la existencia de los descubrimientos del siglo XXI. Por el contrario, ni el de Jaime Labastida, ni el de Gibrán Bautista y Lugo, ni el de Alfonso Sánchez Arteche lo hacen.
            Vemos con estupor cómo, opuestamente, los tres ensayistas, en vez de escribir, cual se asienta en la “Presentación”, “a la luz de nuevos hallazgos y visiones”, lo hacen alumbrados por las decrépitas figuraciones del pasado.
            Es el caso de Jaime Labastida. En “Sonata y drama por Juana Inés”, recurre a la manida negación del llamamiento monacal de la madre Juana cuando afirma que “salvó su vocación literaria apartándose del siglo, encerrada en un convento” (p. 24). Allende el hecho de que en su testamento ella misma certifica que “siempre he sido inclinada al estado de religiosa”, en un descubrimiento más del siglo XXI, una carta de la virreina condesa de Paredes, se asevera que “ella, queriendo huir los riesgos del mundo, se entró en las carmelitas donde no pudo, por su falta de salud, profesar con que se pasó a San Jerónimo”.[x] Con tal de conservar la vieja narrativa liberal de la Sor Juana laica, Labastida pasa de largo ante los nuevos datos que lo contradicen.[xi]
            Como el núcleo de la leyenda negra es el “acoso” de las “autoridades eclesiásticas”, los “clérigos que [acorde con esto] la persiguen (Fernández de Santa Cruz, Núñez de Miranda, Aguiar y Seijas)” (p. 36), Jaime Labastida evita enterar a sus lectores de que tanto las Cartas de Puebla y de San Miguel como el testamento de Lombeyda ponen en entredicho la veracidad de la “persecución” que describe, pues estos documentos patentizan que ni el prelado de Puebla ni el de México la “acosaron”. 
            Lo propio ocurre con el aserto de que “la Crisis sobre un sermón desata el reproche del obispo de Puebla y éste, a su vez, la Respuesta de Sor Juana” (p. 34), donde el articulista “olvida” explicarnos que a ella siguió, inmediatamente, la fraternal Carta de Puebla y, tras (por lo menos) una epístola más de la monja al mitrado, la Carta de San Miguel.
Este “olvido” de Labastida se complementa con el “olvido” de la existencia de los pliegos de Perú, que, al lado de la Carta de Serafina de Cristo, dan cuenta de que fue un detractor anónimo, el Soldado, quien sostuvo que la Carta atenagórica de Sor Juana contenía “herejías”, y propuso denunciarla ante la Inquisición. Labastida se cuida bien de mencionar esto y, a la manera de las viejas disquisiciones del siglo XX, torna a insinuar (p. 34) que Fernández de Santa Cruz, y no el Soldado, es responsable del lamento de la poetisa en la Respuesta ante la eventualidad de semejante denuncia.
El ensayo de Gibrán Bautista y Lugo, “Juana Ramírez, mujer novohispana”, cojea del mismo pie.
            Efectivamente, tras citar extrañamente (p. 48) el testamento del abuelo de Juana Inés del consabido repositorio (Archivo General de la Nación) y no del libro de Guillermo Ramírez España, La familia de Sor Juana Inés de la Cruz (México, Imprenta Universitaria, 1947, pp. 3-11),[xii] el expositor deja de lado uno más de los hallazgos del siglo XXI, y asegura erróneamente (p. 48) que “se sabe poco del padre de Juana”, cuando es cierto que la obra de 2016 de Guillermo Schmidhuber y Olga Martha Peña, Familias paterna y materna de Sor Juana (México, Centro de Estudios de Historia de México Carso), aporta novedosos datos sobre el progenitor de la Décima Musa.
            Por otro lado, Bautista se contradice cuando en la página 57 anota que, como su madre, “las hermanas de Juana también vivieron la maternidad en soltería”, y, opuestamente, en la página 60 sostiene que Josefa “la hermana mayor de Juana […] se casó […] con José Sánchez de Paredes”.[xiii]
            Sin entrar en los pormenores,[xiv] a la manera de Labastida el especialista, obviando la revelación de la mencionada carta de la virreina condesa de Paredes, retoma (p. 74) el desfigurado tópico de la profesión religiosa de Juana Inés por terrenal conveniencia (era, dice, “un medio familiar para alcanzar posiciones de prestigio”), y le agrega (ibid.) la elucubración según la cual “a Juana, que había vivido en el mundo de la fiesta cortesana [?], la nueva situación [monacal] debió resultarle excesiva. A los tres meses de ingresar en aquel convento [de las teresas] salió de regreso a las casas reales”. Contrariamente, el aludido hallazgo del siglo XXI lo desmiente, porque en su carta la virreina testifica que la muchacha “se entró en las carmelitas donde no pudo, por su falta de salud, profesar con que se pasó a San Jerónimo”.
            Para colmo de males, Gibrán Bautista y Lugo, con tal de hacer que la leyenda negra prevalezca, echa mano de la finisecular y desprestigiada hipótesis de Elías Trabulse tocante a la Carta de Serafina de Cristo. Así, se ve forzado a desconocer la existencia de los papeles del siglo XXI referentes a ella.
            Justamente, mientras la Carta de Puebla exhibe la falsedad de que cual Bautista, siguiendo a Dario Puccini, Octavio Paz y tantos otros críticos liberales del pasado, arguye (p. 112)fue el obispo de esa diócesis quien “le pidió una redacción” de los razonamientos que conforman la Carta atenagórica a su autora, la Carta de Puebla y los documentos de Perú evidencian que tampoco como Bautista, escudándose en Trabulse, argumenta (ibid.) “Sor Juana escribió a Fernández [de Santa Cruz] una segunda carta, esta vez firmada por Serafina de Cristo, en la que se abría la posibilidad de que la Carta atenagórica estuviera dirigida a Núñez de Miranda y no a Vieyra”.
En tanto Bautista afanado en conservar a flote la leyenda negra mediante el subterfugio de rescatar del olvido teorías ya refutadas e ignorar los papeles que el siglo XXI ha aportado no puede probar sus dichos, es palmario que tampoco puede acreditar que hubiese una “confrontación” de la poetisa con “la Inquisición y la autoridad masculina” (p. 108). Por consiguiente, aún menos puede demostrar que Sor Juana Inés de la Cruz haya sufrido un inexistente “silencio impuesto por los teólogos” (p. 118).
            Para mayor abundancia, en su artículo “Sor Juana Inés de la Cruz a través de las crisis”, Alfonso Sánchez Arteche repite la usual estratagema de Sor Juana Inés de la Cruz en nuestro tiempo, evitando a toda costa revelar al lector la existencia de los documentos del siglo XXI, mientras le ofrece una elucidación fundada en las descartadas suposiciones del siglo XX. Cual es de esperar, las de Elías Trabulse no pueden estar ausentes.
            Así, Sánchez Arteche legitima la inaceptable aserción de que el fanático pueblo de México (“ya fuese por aborrecimiento o por piedad [dice en la p. 281], el clero novohispano, tanto regular como secular, y tras él sus feligreses, no le dejaban [a la religiosa] otra alternativa que decidir entre las delicias del paraíso o [sic] las torturas del infierno”), sin comprender que contaba con un genio en su regazo, habría censurado a Sor Juana por “insumisa” (ibid.). El articulista intenta justificar tan desatinada idea alegando entre otras cosas que hubo “condenas abiertas del clero secular y regular” (p. 243), pero los documentos de Perú y la Carta de Puebla (¡que el FOEM publicó en 2014, y que brilla por su ausencia de la exégesis de Sánchez Arteche!),[xv] demuestran lo contrario. No obstante una vez más en este libro el analista insinúa (p. 278) con “los biógrafos de la «Décima Musa»” (cuyos nombres no indica) que habría sido en “complicidad” con Manuel Fernández de Santa Cruz que ella compuso la Carta atenagórica para “atacar” a algunos de esos clérigos (ibid.), lo cual también rebate la Carta de Puebla.
            Al modo de Bautista y Lugo, el ensayista se basa en Trabulse para complementar esta rebasada conjetura finisecular cuando dice que, además de la Respuesta a Sor Filotea, la Fénix “parece haberse entretenido en componer otra respuesta, en tono satírico, dirigida al propio obispo bajo el nombre de sor [sic] Serafina de Cristo […] Según Elías Trabulse, quien descubrió el documento,[xvi] el aludido es un «soldado», es decir […] su antiguo confesor Antonio Núñez de Miranda” (p. 234). Desgraciadamente para la elucubración de Sánchez Arteche, el libro de Alatorre y Tenorio expuso desde 1998 que la interpretación del historiador yerra, lo que quedó cabalmente corroborado con la progresiva aparición de los papeles del siglo XXI.
            A diferencia de los precedentes articulistas, Sara Poot Herrera sí alude a dichos papeles en “«Nocturna mas no funesta de noche mi pluma escribe». Sor Juana Inés de la Cruz”. Además, lo hace proponiéndose integrarlos con la “relectura” de los anteriores y (a la manera en que yo lo hice en Doncella del Verbo) para establecer “la relación entre datos, personajes y circunstancias” (p. 126). Su intención es llevar a cabo la “reconstrucción [que] la vida de Sor Juana Inés de la Cruz reclama” con base en “documentación más fidedigna” (p. 136). No desea, en suma, “falsear y empobrecer una realidad que cada vez más se ilumina con documentos y datos de inminente [sic] credibilidad” (p. 140).
            No obstante estos buenos deseos, Poot Herrera comienza con el pie izquierdo cuando convalida la fe de bautismo que “sustituye” (p. 148) el año 1651 como fecha natalicia de Sor Juana por el de 1648. Según expliqué ampliamente con antelación,[xvii] no hay razones suficientes para convalidarla, pero la académica, sin justificar su decisión, lo hace.
            Por otro lado, la analista complementa muy bien la información que ofrecí en el “Apéndice 1” de Doncella del Verbo cuando publiqué el “Memorial y licencia para llevar a cabo el orden del hábito de bendición”, al citar la “Carta de pago del convento de San Jerónimo a Juan Caballero por concepto de la dote de la novicia Juana Ramírez”. A través de ella, refiere Poot (p. 154), sabemos que Juan Caballero, el 18 de febrero de 1669, “vía José de Lumberra (o Joseph Lumbeira), envió los tres mil pesos de la dote” de la Fénix.
            Fui yo, precisamente, en Doncella del Verbo, quien, al llevarla a la práctica, hizo ver la obligación que tenía la exégesis especializada de revisar “la relación entre datos, personajes y circunstancias” de que ahora, a modo de gran primicia, habla Sara Poot.[xviii] Como uno de estos “personajes” destaca José de Lombeyda, figura relevante pero ignorada por todos los críticos hasta que yo la rescaté en mi biografía de la poetisa.[xix]
            Empero, en su artículo de Sor Juana Inés de la Cruz en nuestro tiempo Poot evade reconocerlo, y cual si fuese hallazgo suyo, señala (pp. 204-205): “en nuestra revisitación [sic] a algunos pasajes de la vida de Sor Juana, hemos visto la figura de José de Lombeida […] varias veces, y fue desde principio a fin: de la entrega de la dote […] al episodio (inconcluso,[xx] pero ahora con más desarrollo) referido a la biblioteca de Sor Juana”.
            Patenticemos que Poot Herrera tampoco admite que fue Ken Ward quien advirtió que en el testamento de Lombeyda se menciona el “episodio […] referido a la biblioteca de Sor Juana”; aún menos acepta que fui yo quien publicitó el descubrimiento y que fui yo quien primero lo estudió y publicó los resultados.[xxi]
            En efecto, de forma sesgada, Sara Poot Herrera, luego de explicar (p. 207) que “Lombeida dice tener [?] en su poder libros que Sor Juana le dio para vender; como el sacerdote está a punto de morir […] envía al arzobispo [de México] los libros que no ha podido vender e informa que antes le ha enviado el dinero de los libros vendidos”;[xxii] luego de explicar esto, la intérprete comenta (ibid.): “en el ensayo «Joseph de Lombeida o la ajetreada vida de un presbítero novohispano», María Águeda Méndez proporciona la ubicación del testamento y, en un apéndice, el testamento mismo”. En lo que he puesto en cursiva se puede apreciar cómo la sorjuanista les insinúa a los lectores que fue Méndez y no Ward quien descubrió el testamento. Asimismo, les hace creer (debe ser parte de la metodología del nuevo “proyecto histórico cultural” anunciado con bombo y platillo en 2016 véase la n. xviii) que fue Méndez y no yo quien originalmente divulgó su existencia y proporcionó su ubicación. Como si no fuera suficiente (y he aquí el quid del asunto, pues el objetivo es que el ya fracasado relato anticatólico, contra viento y marea, conserve el predominio), los estimula a consultar el texto de Méndez en lugar de los míos (de hecho, Poot Herrera ni siquiera les dice a sus lectores que yo, expositor primigenio del documento, tengo varios trabajos anteriores a los de Méndez sobre el tema; uno de ellos, “Los libros de Sor Juana”, resultado del coloquio “Vida conventual femenina. Siglos XVI-XIX”, en el que ella misma, presentando su ponencia “Sor Juana, de 1690 a 1695”, estaba sentada a mi lado el martes 29 de noviembre de 2011 y María Águeda Méndez entre los asistentes cuando lo leí públicamente en el Centro de Estudios de Historia de México Carso).
            Es obvio que en todo esto hay un premeditado proceso de suplantación (debe ser parte de la metodología del nuevo “proyecto histórico cultural” anunciado con bombo y platillo en 2016 y que, ya se ve, tiene tintes parasitarios), a través del cual, quebrantando las más elementales reglas académicas, se intenta relegar al especialista originario para reemplazarlo con otro que milite en la ideología adecuada.[xxiii] Sumado a lo antedicho, este tosco arribismo queda exhibido cuando Poot Herrera, después de llevar la atención de sus lectores hacia el ensayo de María Águeda Méndez y como por no dejar, agrega ¡en una nota! (n. 26, p. 207): “Véase también Alejandro Soriano Vallès, «Documento desata polémica sobre la interpretación de la vida de Sor Juana», El universal, Cultura (sábado 26 de marzo de 2011)”. ¡“Véase también”!, sugiere la sorjuanista (¡cual si mi aportación original fuera permutable con la de su colega recién llegada!), ¡mientras remite a un artículo de periódico (del que ni siquiera soy el autor y que, para colmo de males, es 13 días más viejo[xxiv] que la primera información del 13 de marzo de 2011) en lugar de a uno de mis textos!
            Pero para hacer ostensible esta ocultación anticristiana, basta con acudir al advenedizo escrito de María Águeda Méndez, donde ella misma confiesa que me debe a mí la noticia de la existencia del testamento de Lombeyda (de modo que, contrariamente a lo que Poot sugiere, no fue ella quien “proporcionó” primitivamente la ubicación del documento, sino el que esto suscribe). Justamente, en la página 92 de “Joseph de Lombeida o la ajetreada vida de un presbítero novohispano”,[xxv] la autora manifiesta su asombro: “Cuál no sería mi sorpresa al enterarme [concede], a principios de este año,[xxvi] cuando leía una entrevista sobre Sor Juana Inés de la Cruz. Doncella del Verbo de Alejandro Soriano Vallès,[xxvii] que el testamento del capellán había sido localizado en el Archivo General de la Nación. Fue en ese momento que, con gran curiosidad e interés […] me di a la tarea de iniciar una investigación sobre el ignorado[xxviii] personaje”. A pesar de esta confidencia, en su ensayo de Sor Juana Inés de la Cruz en nuestro tiempo, Sara Poot evade darme el crédito, porque es claro que se halla en complicidad con María Águeda Méndez para suplantar mi trabajo con el suyo.
Por si no bastara, Poot torna[xxix] a plantear una duda artificiosa: “que si bien Sor Juana dio sus libros, no sabemos por qué lo hizo. ¿Se sintió forzada o los dio por voluntad?” (p. 207). Es la misma “duda” que Méndez expone en su texto: “¿Fue decisión de sor Juana vender sus libros? El mandato de Aguiar y Seijas ¿fue posterior a la muerte de la Décima Musa? Infortunadamente, mientras no aparezca más documentación, de cierto, nunca lo sabremos…”[xxx]
Las investigadoras presentan esta duda ficticia con la finalidad de conservar encendida la agonizante llama de la leyenda negra; mediante ella pretenden hacer creer que el “episodio […] referido a la biblioteca de Sor Juana” está “inconcluso”. Con conocimiento de causa, Sara Poot y María Águeda Méndez desoyen la elemental respuesta:

Por el contrario, sin necesidad de “más documentación” podemos responder de cierto las preguntas de Méndez. Precisamente, gracias a la cláusula 20 [del testamento de Lombeyda] sabemos que lo dicho por el protobiógrafo de Juana Inés, Diego Calleja, es verdad. En la “Aprobación” a la Fama y obras póstumas de la poetisa asentó rotundamente que “la amargura que más, sin estremecer el semblante, pasó la madre Juana, fue deshacerse de sus amados libros, como el que, en amaneciendo el día claro, apaga la luz artificial por inútil. Dejó algunos para el uso de sus hermanas, y remitió copiosa cantidad al señor arzobispo de México para que, vendidos, hiciese limosna a los pobres...”. Si confrontamos ambas informaciones comprobaremos que, en  lo tocante al porqué de la venta, casan a la perfección: tanto el testamento como Calleja explicitan que fue decisión de Sor Juana vender sus libros: Calleja: “remitió copiosa cantidad al señor arzobispo de México”; cláusula 20: “me entregó distintos libros para que los vendiese”. Nótese el carácter totalmente libre y motivado (se separó de ellos, especifica Calleja, como quien “amaneciendo el día claro, apaga la luz artificial por inútil”) de la decisión: Sor Juana se los entregó (esto mismo dicen otros biógrafos de la época. Verbigracia, el editor de Fama y obras póstumas, Juan Ignacio de Castorena y Ursúa, en el “Prólogo a quien leyere” asevera que “por enajenarse evangélicamente de sí misma, dio de limosna hasta su entendimiento en la venta de sus libros; su precio puso en el erario de los pobres, las benditas manos de su prelado, el esclarecido señor doctor don Francisco de Aguiar y Seixas, dignísimo arzobispo de México...”). La lectura correcta del testamento no sólo complementa este punto, pero contesta la segunda interrogación de Méndez. Evidentemente, el mandato de Aguiar y Seixas fue posterior a la muerte de la Décima Musa: “y habiendo fallecido dicha religiosa en virtud de mandato del Ilustrísimo señor arzobispo desta diócesis continué en la dicha venta…” Nótese: “habiendo fallecido dicha religiosa”, Lombeyda continuó, “en virtud de mandato del Ilustrísimo señor arzobispo”, realizando la venta de los libros que Juana Inés le había encomendado. El “mandato del Ilustrísimo señor arzobispo”, a todas luces, fue posterior a la muerte de la Décima Musa. Es fácil apreciar que, allende cualquier “expectativa”, no es necesario que “aparezca más documentación” para saber de cierto lo que ocurrió.[xxxi]

Indudablemente, el “episodio […] referido a la biblioteca de Sor Juana” no está “inconcluso”.
Y, como no podía faltar en este libro, escrito según los indicios para exhumar la extinta hipótesis de Elías Trabulse en aras de la malparada causa sorjuanista jacobina, Poot, luego de ser acérrima defensora de ella,[xxxii] vuelve al objeto de su predilección cuando, teniendo todas las pruebas en contra, insinúa, ilusionada, la quimérica posibilidad de su autenticidad: “Elías Trabulse [comenta] empezó a hablar de una carta Carta de Serafina de Cristo—, que atribuyó a Sor Juana Inés de la Cruz (aseguró más bien que era de ella). De Sor Juana o no…” (p. 196). Por supuesto, este titubeo no es gratuito, pues va encaminado a sembrar la duda en el lector.[xxxiii]
Efectivamente, a la manera del resto de los artículos de Sor Juana Inés de la Cruz en nuestro tiempo, el de Sara Poot Herrera busca, entre otros recursos, revivir la desprestigiada teoría de Trabulse para dar cierta apariencia de solidez historiográfica a la leyenda negra (¿es parte del “proyecto histórico cultural” anunciado con bombo y platillo en 2016?). En este sentido, la analista no ha abandonado el siglo XX, y su propósito de llevar a cabo la “reconstrucción [que] la vida de Sor Juana Inés de la Cruz reclama” con base en “documentación más fidedigna” (p. 136), no se cumple a cabalidad.




[i] Cf., v. gr., “La guerra de las finezas”. Memoria del coloquio internacional Sor Juana Inés de la Cruz y el pensamiento novohispano 1995. Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura, 1995; El enigma de Serafina de Cristo. Acerca de un manuscrito inédito de Sor Juana Inés de la Cruz (1691). Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura, 1995 y Carta de Serafina de Cristo (1691). Ed. facsimilar. Introducción y transcripción paleográfica de E. Trabulse. Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura, 1996.
[ii] Trabulse, El enigma…, pp.15 y 20-21.
[iii] Ibid., p. 25.
[iv] Véanse, por ejemplo, los trabajos de Sara Poot Herrera, Pablo A. J. Brescia, Ricardo Camarena Castellanos y Antonio Marquet en Sor Juana & Vieira, trescientos años después. México, University of California, Santa Bárbara, 1998.
[v] Elías Trabulse, Los años finales de Sor Juana: una interpretación. México, Centro de Estudios de Historia de México Condumex, 1995, p. 35.
[vi] “Defensa del sermón del mandato” de Pedro Muñoz de Castro y “Discurso apologético”, anónimo; cf. La Carta atenagórica de Sor Juana. Textos inéditos de una polémica. México, UNAM.
[vii] Quizá la única excepción sea el libro de Alberto Pérez-Amador Adam, De finezas y libertad (México, FCE, 2011), en el que muy bien se concluye que el hallazgo de Rodríguez Garrido “da fin a la teoría de la colusión prelaticia” (p. 72). Tres años antes, con el fin de presentar esta misma conclusión, yo había publicado La hora más bella de Sor Juana. (México, Conaculta/ Instituto Queretano de la Cultura y las Artes, 2008), el cual, hasta el momento, ha sufrido igual desdén.
[viii] Rodrigo Vera, “El enigma de la biblioteca de sor Juana”. Proceso, núm. 1793, 13 de marzo de 2011, pp. 78-80. Cf. mis artículos “Sor Juana y sus libros”. Relatos e historias en México, núm. 40, diciembre de 2011, pp. 57-63 y “Los libros de sor Juana”, Vida conventual femenina (siglos xvi-xix). Manuel Ramos Medina (comp.), México, Centro de Estudios de Historia de México Carso, 2013.
[ix] Aunque en un escrito muy reciente, refiriéndome a la periclitada exégesis de Trabulse de la Carta de Serafina de Cristo, comenté que desde la refutación de Alatorre y Tenorio “nadie valida dicha atribución”, hoy descubro que estaba equivocado. Con cierta ingenuidad confiaba en que, en lo referente a las desatinadas especulaciones del historiador, la verdad se había impuesto de una vez por todas. Infortunadamente, no es así. Ejemplos de ello los tenemos en los textos de Virginia Aspe Armella (La filosofía de sor Juana Inés de la Cruz: cinco navegaciones filosóficas en el Primero sueño y una propuesta heterodoxa. Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 2009, p. 33), de Barbara R. Woshinsk (Imagining Women's Conventual Spaces in France, 1600–1800: The Cloister Disclosed. Routledge, 2010, “Introduction/ Opening”, n. 7), de Ángel Estévez Molinero (“«Licencia de imprimir damos»: libros y avatares en la difusión de la poesía novohispana (1675-1710)”. Bulletin hispanique, 113-1, 2011, pp. 53-54), de Stephanie Kirk (“Women’s Literacy and Masculine Authority: The case of Sor Juana Inés de la Cruz and Antonio Núñez de Miranda”. Women's Literacy in Early Modern Spain and the New World. Anne J. Cruz y Rosilie Hernández (edit.), Nueva York, Routledge, 2016, p. 143, n. 10 y Sor Juana Inés de la Cruz and the Gender Politics of Knowledge in Colonial Mexico. Nueva York, Routledge, 2016), de Alicia Verónica Ramírez Olivares (“El obispo Manuel Fernández de Santa Cruz a Sor Juana Inés de la Cruz”, Biblioteca Digital Mexicana, 2016 —véase la n. xxiii) y de Jean-Michel Wissmer (Las leyendas de Sor Juana. Toluca, FOEM, 2016, pp. 22-23).
[x] Cartas de Lysi. La mecenas de sor Juana Inés de la Cruz en correspondencia inédita. Estudio preliminar, edición y notas de Hortensia Calvo y Beatriz Colombi. Madrid, Iberoamericana-Vervuert/ Bonilla Artigas Editores, 2015, p. 178 (la cursiva es mía). El dato coincide plenamente con la confidencia de la Respuesta a sor Filotea de la Cruz, según la cual se hizo monja por “la seguridad que deseaba de mi salvación” (Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas. T. IV. México, FCE, 1957, p. 446).
[xi] No es de extrañar, ya que adelante (op. cit., p. 34) lo oímos confesar abiertamente: “Yo, ateo igual que Antonio Alatorre…” Por supuesto, hogaño esta declaración no genera desconfianza en nadie (nadie, verbigracia, se pregunta: “¿será por esto que Labastida disimula ante la realidad de los papeles que echan por tierra su anticatólica versión de Sor Juana?”), pues desde hace mucho el ateísmo tiene una injustificable reputación de ser “imparcial” y “científico”.
[xii] Libro que sí cita luego, en la n. 14 de la p. 60.
[xiii] El crítico agrega: “…el matrimonio no prosperó. En cambio, fue mucho más trascedente su segunda unión con Francisco de Villena […] con quien tuvo tres hijos”. Empero, Ramírez España (op. cit., pp. XXIV-XXV) menciona cuatro, y además explica que Josefa María “y sus hijos, Francisco, Felipe, Rosa Teresa y María, tuvieron entonces que recurrir al amparo de […] don Francisco de Villena”; es decir, los antedichos eran vástagos legítimos de Sánchez de Paredes.
[xiv] Verbigracia, Bautista dice (p. 60) que “al menos, una parte de aquella colección [la “modesta biblioteca” de su abuelo] acompañó a Juana a la Ciudad de México, pues esos ejemplares figuran como de su propiedad en el testamento que formuló para hacer los votos en San Jerónimo”. En el testamento, sin embargo, los ejemplares de marras no aparecen mencionados (cf. Enrique A. Cervantes, Testamento de Sor Juana Inés de la Cruz y otros documentos. México, 1949, pp. 16-18). Bautista también aventura (p. 91) que la celda que la Fénix compró en 1691 “debió ser modest[a] […] pero suficiente para albergar su numerosa biblioteca […] y a una esclava que su madre le había heredado”. Opuestamente, sabemos que la monja le vendió dicha esclava a su hermana Josefa María años atrás, en 1684 (cf. Cervantes, op. cit., pp. 22-23).
[xvi] Trabulse no descubrió la Carta de Serafina de Cristo. Él mismo declara en el “Prefacio” a su edición (op. cit., p. 15) que “fue encontrada en el año 1960 por el sacerdote jesuita e historiador Manuel Ignacio Pérez Alonso en la librería anticuaria de don Antonio Guzmán, en la calle de Libreros, en Madrid, España”.
[xvii] Cf. Soriano Vallès, Doncella del Verbo, pp. 51-56.
[xviii] Sin ninguna duda la publicación de Doncella del Verbo en 2010 y del testamento de José de Lombeyda en 2011 alarmó al sector liberal, que de pronto vio consolidarse la hermenéutica que, fundamentada sobre evidencias históricas irrefutables, desmiente sus especulaciones sorjuanistas. A pesar de ello, los miembros de dicho sector, teniendo mucho que perder, no están dispuestos a ceder ante el empuje de la verdad, de forma que, inspirados por los fructíferos resultados de la exégesis que los impugna, han resuelto imitarla en el método, y, en palabras de Sara Poot Herrera, encargada de llevar a la práctica el nuevo proyecto, con la esperanza de encontrar algo (lo que sea) que apoye su tergiversada visión de la vida de Sor Juana, creyeron oportuno “hurgar en archivos, bibliotecas y museos para aproximarse” a la religiosa (La jornada, “Sara Poot-Herrera se incorpora a la Academia Mexicana de la Lengua”, 12 de mayo de 2016). Efectivamente, desde 2013 se había notificado que el gobierno mexicano “trabajará de manera conjunta con España y la Universidad del Claustro de Sor Juana y [sic] para buscar en el país ibérico, y tener «así sea en términos de copia» los escritos de la monja” (El universal, “Reforma sólo se concretará con apoyo social: Chuayffet”, 18 de abril de 2013). Esta búsqueda, según parece, no ha terminado, de manera que en 2016 Poot reveló la existencia de “un proyecto histórico cultural que presentará [y] se gestionará en la Universidad del Claustro de Sor Juana” (El universal, “Sara Poot ingresa a la AML con los ojos puestos en Sor Juana”, 12 de mayo de 2016). El “trabajo”, aclara la investigadora, “pretende ser un documento consultivo para las diversas lecturas que se le quieran dar a la obra de Sor Juana” (ibid.). Allende el éxito de las no tan novedosas pesquisas, lo que puse en cursiva desenmascara el propósito liberal de las mismas: brindar herramientas que “compensen” los apabullantes desmentidos que, desde 2010, las “lecturas” jacobinas de la vida y obra de Sor Juana han sufrido para, así, poder continuar con sus interpretaciones caprichosas. Parte del plan es, cual enseguida comprobaremos, apropiarse incluso de los papeles del siglo XXI que las contradicen. Por supuesto, los resultados de la exploración programada pueden resultarles adversos y convertirse en el típico caso del tiro que sale por la culta.
[xix] Cf., v.gr., Doncella del Verbo, pp. 98-100. Véase la n.  xxviii.
[xx] “Inconcluso” según ella; los motivos de este falso aserto los encontraremos dentro de poco.
[xxi] Véase la n. viii.
[xxii] Poot no especifica que Lombeyda comenzó a enviar el dinero al arzobispo tras la muerte de Sor Juana (véase la n. xxxi), como se lee claramente en la cláusula 20 de su testamento: “declaro que la madre Juana Inés de la Cruz religiosa que fue del convento del glorioso doctor San Jerónimo ya difunta me entregó distintos libros para que los vendiese, y habiendo fallecido dicha religiosa en virtud de mandato del Ilustrísimo señor arzobispo desta diócesis continué en la dicha venta y su procedido lo he ido entregando a su Señoría Ilustrísima y los que han quedado en ser están en mi poder ordeno y mando se entreguen a dicho señor arzobispo”.
[xxiii] Es el caso de la publicación en Internet de las cartas de Fernández de Santa Cruz a Sor Juana. En efecto, la Biblioteca Digital Mexicana (BDM) presentó en 2016 las imágenes digitales de las mismas. En consonancia con lo recién dicho, para elaborar la cédula explicativa que las acompaña, los responsables de la BDM no acudieron —según la lógica y la cortesía exigían— ni a Jesús Joel Peña Espinosa, que las descubrió, ni a un servidor, que las había dado a conocer en 2010 y que había sacado el libro con el estudio de ellas en 2014. Por el contrario, la BDM le pidió a Alicia Verónica Ramírez Olivares que elaborara la cédula. Cual es de esperar, en ella la autora se muestra fiel a la encomienda liberal de trastocar la interpretación para que su ideología quede a salvo ante el público. Como demuestro en mis libros, la lectura de las misivas no deja duda de la sincera preocupación del obispo por el perfeccionamiento espiritual e intelectual de Sor Juana. En la Carta de San Miguel incluso la exhorta a “explayarse en documentos políticos, morales y místicos”. O sea, la estimula a enseñar públicamente sobre estas elevadas materias. A pesar de ello, Alicia Verónica Ramírez Olivares (que en dos ocasiones llama “poetiza” a la poetisa) vuelve a la mendaz teoría de que el obispo quería apartarla de las letras. Sin ofrecer ningún ejemplo de su dicho, se limita a dictaminar que, en las cartas, “el mensaje de autoridad para la Décima Musa es claro: debía abandonar poesía y pensamiento”. Como mis obras son el único estudio sobre el tema, no deja de ser profundamente sintomático que Ramírez Olivares, en lugar de acudir a ellas (en el texto sólo hay tres escuetas e ineludibles alusiones, ¡pero se incluye el enlace a la versión electrónica de Sor Filotea y Sor Juana, y al inicio se dice que trae “largas introducciones”!), se base (según se ve en la bibliografía) en obras anteriores a la aparición de las cartas del obispo para la interpretación de las mismas (¡Ramírez vuelve, como los autores de Sor Juana Inés de la Cruz en nuestro tiempo, a la refutada teoría de Elías Trabulse, según la cual el Soldado “era probablemente Núñez”, confesor de la monja!). La responsable de la cédula de la BDM pone, por tanto, la carreta delante de los bueyes cuando, para analizar unos documentos que refutan la teoría de la persecución eclesiástica contra Sor Juana, recurre a esa misma caduca teoría. Es lamentable que, con el burdo designio de mantener con vida la leyenda negra de Sor Juana, Alicia Verónica Ramírez Olivares y la directiva de la BDM (¿parte del “proyecto histórico cultural” anunciado con bombo y platillo en 2016?) recurran a la infausta práctica de desvirtuar los datos históricos.
[xxiv] Tampoco el título que Sara Poot ofrece es correcto, sino “El enigma sobre los libros de Sor Juana” (signado por Alida Piñón). Este traspié se encuentra originalmente en la nota 5 del ensayo de María Águeda Méndez. Es palmario que Poot, sin tomarse la molestia de verificar la información, la trasladó de ahí. La ordinaria maniobra de suplantar mi trabajo con el de su colega anticlerical es meridiana (desde 2011 Poot Herrera me escamoteó el crédito de haber revelado públicamente la existencia del testamento de Lombeyda. En su artículo “El hábito sí hace a la monja. Sor Juana en San Jerónimo” (Casa del tiempo. Vol. IV, época IV, núms. 45-46, julio-agosto de 2011), luego de mencionar los hallazgos incluidos en Doncella del Verbo (pp. 15-16), de forma impersonal y sin volver a nombrarme, dice (p. 16): “se habla ahora también del testamento del padre José de Lombeida…” ¿”Se habla”? ¿Quién “hablaba” en el primer semestre de 2011 del testamento de José de Lombeyda? Ciertamente, María Águeda Méndez no —véase la n. siguiente). Ello es notorio en la referencia al testamento de Lombeyda que Guillermo Schmidhuber y Olga Martha Peña hacen en la página 175 (n. 104) de su libro Sor Juana: teatro y teología (México, 2016). Ahí, explican bien que “Soriano Vallès publicó por primera vez este documento y demostró que la biblioteca de Sor Juana se puso a la venta por propia voluntad…” Parece que esta declaración bastaba. Sin embargo, como el coeditor de la obra es la Universidad del Claustro de Sor Juana, el dictaminador de esa institución (responsable, recordemos, de “gestionar” el “proyecto histórico cultural” presentado por Poot Herrera véase la n. xviii) debió forzar a los autores a incluir enseguida la superficial información de que “también menciona a este personaje Águeda Méndez”. Lo dicho: es obvio que en todo esto hay un premeditado proceso de suplantación.
[xxv] Prolija memoria, V, 1-2, 2010-2011. Aunque la revista lleva estas fechas, es verdad que no apareció en ellas, sino tiempo después.
[xxvi] Véase la n. anterior.
[xxvii] María Águeda Méndez vuelve a tergiversar las cosas, pues la entrevista que cita no trata de Doncella del Verbo sino, precisamente, del testamento de Lombeyda.
[xxviii] ¿”Ignorado”?, ¿por quiénes?; véase la n. xix.
[xxix] Cf. Poot Herrera, “El hábito...”, p. 16.
[xxx] Op. cit., p. 111.
[xxxi] Soriano Vallès, Sor Filotea y Sor Juana…, p. 42, n. 101. Véase la n. xxii.
[xxxii] Cf., v. gr., Sara Poot Herrera, “Las cartas de Sor Juana: públicas y privadas”. Sor Juana Inés de la Cruz y sus contemporáneos. Margo Glantz, editora. México, UNAM/ CEHM Condumex, 1998 y “Una carta finamente calculada, la de Serafina de Cristo”. Sor Juana & Vieira...
[xxxiii] Cual notamos antes, los textos de Poot están salpicados de preguntas sin respuestas, cuyo objetivo no puede ser más que generar una arbitraria desconfianza en quienes la leen. Muestra de ello está en la página 198 de su ensayo, donde según confiesa—, pese a carecer de razones, inquiere: “Aquí no vemos sombra de un ataque mayor [?] por parte de reconocidos prelados eclesiásticos [sic], ¿serían autores intelectuales? Habría que comprobarlo”. ¡Es increíble: no puede comprobarlo (lo que significa que no tiene por qué sospecharlo), pero aun así lo sugiere!

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