La historia de los restos atribuidos a Sor Juana
Inés de la Cruz en 1978 es muy curiosa. Existe, por ejemplo, la coincidencia de
que el antropólogo que los descubrió, Arturo Romano Pacheco, llevaba los
apellidos de la familia del entonces presidente José López Portillo, cuya
hermana, Margarita, fue quien tuvo la iniciativa de hacer las excavaciones en
el antiguo convento de San Jerónimo, actual Universidad del Claustro de Sor
Juana (UCSJ). También coincide el hecho de
que fue esta institución, dirigida por la hija del expresidente, Carmen Beatriz,
la que, en 2015, coincidiendo asimismo con el aniversario luctuoso 320 de la
monja, decidió llevar a cabo una ceremonia pública en la que se depositaron los
huesos.
Sin
embargo, en 2011 se había anunciado que el Centro
de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional
(Cinvestav) haría una investigación que “podría durar ocho meses” (BBC mundo, 9/III/2011), con la cual se intentaría autentificar los restos a través
de un estudio de ADN mitocondrial en descendientes vivos de la hermana de Sor
Juana (El universal, 25/II/2011). Un
año después, María de Lourdes Muñoz
Moreno, encargada del estudio, propuso exhumar los restos de la madre de la poetisa para confirmar la
autenticidad de la osamenta que se le atribuía. De acuerdo con la especialista,
“los estudios del ADN mitocondrial en los restos de la madre de la poetisa son
claves para despejar cualquier duda sobre la autenticidad de la osamenta que se
encontró en 1978 y que se cree es de Sor Juana” (Excélsior, 3/ IV/2012). Según su declaración, "el siguiente
paso que vamos a dar es exhumar los restos de la mamá de Sor Juana. Se sabe que
ella fue enterrada en la iglesia de la Merced y se sabe bien dónde están los
restos de la mamá" (ibid.). Acorde
con la misma nota, Muñoz Moreno ya había “realizado el estudio en esos restos
del ADN mitocondrial de Sor Juana, que se trasmite sólo por vía materna, y lo
ha comparado con el ADN de las actuales descendientes de una hermana de la
poetisa”. Sólo faltaba, entonces, “analizar la
osamenta de la madre de Sor Juana para concluir su análisis y para dar a
conocer sus conclusiones”, porque "las secuencias (de ADN mitocondrial) ya
las tengo, pero no es suficiente, por eso se requiere estudiar el ADN de la
madre” (ibid.).
Tres años más tarde, coincidiendo,
según dije, con el aniversario 320 de la muerte de la Décima Musa y sin que
mediase explicación del Cinvestav, Carmen Beatriz López Portillo
“informó que ‘se decidió que era difícil poder hacer el estudio de ADN’ y
admitió que la autenticidad de los restos no pudo ser corroborada a nivel
genético. Pero deslindó a la UCSJ del estudio. ‘(Los investigadores) dejaron de
venir y de informarnos’, dijo López-Portillo” (Criterio, 15/IV/2015). Entrevistada, Muñoz
Moreno dijo que “estaban preparando el paper (artículo) sobre los resultados” y
“hasta entonces no autorizaré ninguna noticia” (Reforma, 15/IV/2015).
No obstante, López
Portillo “dijo que la investigación sobre la autenticidad de los restos de la
Décima Musa está terminada y con base en las anteriores pesquisas hay una
probabilidad máxima de que lo sean” (El
universal, 19/IV/2015). Agregó que “existe 99 por ciento de certeza de que
los huesos hallados a finales de los años 70 del siglo pasado […] pertenecen a
la poeta, aun cuando no fue posible practicar los estudios de ADN que se anunciaron
en 2011” (La jornada, 15/IV/2015).
Curiosamente, a diferencia de López Portillo, Arturo Romano Pacheco había ofrecido
un rango “de 85% a 99.59% de autenticidad” (El universal, 3/III/2011).
En mayo de 2018, la antropóloga física Josefina Bautista,
discípula de Romano Pacheco e “investigadora del INAH, quien analiza los restos
óseos de las religiosas enterradas en el ex convento de San Jerónimo” (NTR, 31/V/2018), declaró que “desconoce
los resultados de los estudios genéticos que practicaría el Cinvestav” (ibid.), y que “no tenemos relación, no
hay un convenio establecido (entre INAH y Cinvestav); la doctora Lourdes Muñoz
vino, habló directamente con (el antropólogo físico) Arturo Romano y acordaron
hacer esto, pero no hubo un convenio firmado” (ibid.). A Muñoz, agrega Bautista, “la hemos buscado, pero no la
hemos localizado” (ibid.).
Por su parte, Lourdes Muñoz, repitiendo lo que había manifestado
tres años antes, “aseguró que sí hay un trabajo realizado, pero que los
resultados sólo los dará a conocer en un reporte científico que publicará
próximamente” (El universal, 1/VI/18).
Sin embargo, el arqueólogo Eduardo Ramos, “investigador del INAH e integrante del
equipo que estudia la osamenta junto a Lourdes Muñoz” (Reforma, 15/VI/18), se expresó sobre dichos resultados, afirmando
que “ya los tenemos. Estamos afinando el artículo” (ibid.). Según él, “las evidencias encontradas, tanto genéticas como
arqueológicas y de antropología física, corresponden con la información
histórica” (ibid.). Y agregó que “planeaban
cotejar el ADN mitocondrial —que se transmite íntegro de madres a hijos— de los
restos asociados a Sor Juana con el que pudiera encontrarse en el esqueleto de
su madre, Isabel Ramírez, enterrada en el convento de la Merced, pero aún no se emprenden las excavaciones”
(ibid.). Recordemos que Muñoz Moreno
había confesado en 2012 que faltaba “analizar la osamenta de la madre de Sor Juana para concluir
su análisis y para dar a conocer sus conclusiones”, porque "las secuencias
(de ADN mitocondrial) ya las tengo, pero
no es suficiente, por eso se requiere estudiar el ADN de la madre”.
Dentro de todo este enredo, Ramos precisa ahora que la UCSJ “condicionó
su apoyo para esta exploración: pedía, entre
otras cosas, los resultados del análisis de ADN practicado a los restos
atribuidos a Sor Juana Inés de la Cruz y
95 por ciento de certeza sobre la osamenta de la madre. A partir de ahí se
rompió el diálogo” (ibid.). Lo cual
no coincide con las palabras de Carmen Beatriz López Portillo en 2015, cuando,
refiriéndose al Cinvestav, señaló que “(los
investigadores) dejaron de venir y de informarnos”.
Como señalé, la
historia de los restos atribuidos a la Décima Musa en 1978
es muy curiosa porque, además de lo apuntado, se puede
preguntar: si, como López Portillo asevera, antes de acordar los estudios de
ADN existía un 99 % de certeza de que la osamenta hallada en 1978 fuera la suya,
¿para qué meterse en el berenjenal de hacerlos, anunciándolos con bombo y
platillo?
Sin ser experto en
cuestiones antropológicas, abrigo serias dudas sobre las razones que llevaron a
Romano Pacheco (El universal, 3/III/2011)
a atribuir la mencionada osamenta a Sor Juana: el ataúd era distinto al de las
otras 26 monjas encontradas; llevaba “hábito de gala”; el medallón, como el de
la poetisa, representa la “Asunción” (en realidad, el de la Décima Musa
representa la Anunciación); en la comparación del dibujo del cráneo con una
pintura de Sor Juana (un “autorretrato”, según Romano Pacheco; la pintura que
tienen las madres jerónimas en España, según Carmen Beatriz López Portillo –La jornada, 14/IV/2015), hay
correspondencia. De acuerdo con López Portillo, por “tales rasgos se infiere su prestigio en la comunidad
religiosa" (La jornada,
14/IV/2015).
La
primera de mis dudas es el concepto de “prestigio”, que para las monjas del
siglo XVII no tenía por qué ser necesariamente el que hoy, en una sociedad
secularizada, nos lleva a asociarlo con la actividad literaria de Sor Juana.
Para ellas bien pudo haber estado relacionado, por ejemplo, con la nobleza de
sangre o con la fama de santidad de la difunta. Por otro lado, no hay prueba de
que esa religiosa haya sido sepultada en 1695, fecha de la muerte de la Décima
Musa. Bien puede tratarse, por decir algo, de un entierro de 1630 o de 1730. Tampoco
sabemos cuántas monjas llevaron la imagen de la Anunciación en el medallón (Eduardo
Ramos dice [Reforma, 15/VI/18] que la
osamenta examinada “es la única enterrada con los elementos clásicos de Sor
Juana”, refiriéndose “al hábito de gala, el rosario y el medallón de carey
encontrados por Romano […] Tales objetos concuerdan con los retratos de la
época que le hicieron a la Décima Musa”. Empero, además de lo que agregaré
enseguida, es evidente que todas las
madres jerónimas novohispanas llevaron esos “elementos clásicos”). Y, lo
principal, ignoramos si el retrato de las jerónimas españolas concuerda
con los rasgos físicos de Sor Juana; es decir, si se trata de un retrato fiel
de ella o es sólo una idealización posterior.[1]
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Hábito de gala y medallón de carey, "elementos clásicos" del hábito de las monjas jerónimas novohispanas. |
En cuanto a la investigación genética, los “datos del Cinvestav suministrados
a la base de secuencias genéticas GenBank indican la pertenencia de la poeta al
haplogrupo U5, un linaje europeo” (Reforma,
1/VI/15). Sin embargo, esto no garantiza que dichos datos sean realmente “de la
poeta”, pues el convento de San Jerónimo era un convento para españolas y
criollas, de manera que podrían pertenecer a cualquier otra religiosa.
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Análisis de los presuntos restos de Sor Juana Inés de la Cruz (cortesía de Yanireth Israde) |
![]() |
Sexo femenino, haplogrupo U5. |
Por lo que toca a la
exhumación de los restos de la madre de Juana Inés, el único dato que poseemos
pertenece al Archivo del Sagrario Metropolitano, según el cual “enterrose en la
Iglesia de Nuestra Señora de la Merced”. Supongo que si la identificación de los
restos mortales de la Décima Musa ha resultado tan problemática, la de los de doña
Isabel lo sería aún más.
Como se ve, en el
estado público actual de la cuestión es
sumamente arriesgado pronunciarse a favor de la autenticidad de los huesos
atribuidos a la religiosa. No poseemos, en efecto, elementos suficientes para
hacerlo, pues la adjudicación de Romano Pacheco, cimentada en una mentalidad
laicista, parte de generalidades de las jerónimas novohispanas; y los análisis
genéticos se apoyan, justamente, en esas mismas generalidades.
Me gustaría subrayar
que, personalmente, no tengo ningún interés en negar la atribución de Arturo
Romano. Mi interés es, sí, el de siempre: que la historia de Sor Juana Inés de
la Cruz se sustente, más allá de elucubraciones, caprichos, fetichismos e
intereses particulares, sobre demostraciones sólidas.
Actualización del 1/iv/2022:
Luego de más de diez años de espera, los resultados del análisis del ADN de los huesos atribuidos a Sor Juana parecen ser decepcionantes pues, con relación a lo propuesto por Romano Pacheco, no se anuncia ninguna novedad. De hecho, queda la impresión de existir un círculo vicioso, en el que el Cinvestav, dando a priori como buena la atribución de Romano, se dedicó a validarla.
[1] De acuerdo con Aureliano
Tapia Méndez, dicha pintura de la Décima Musa debe ser obra del fraile agustino
Miguel de Herrera (ca. 1730). Cf. “El autorretrato y los retratos de
Sor Juana Inés de la Cruz”. Memoria del Coloquio internacional Sor
Juana Inés de la Cruz y el pensamiento novohispano. Toluca, UAEM/ IMC,
1995, p. 456.
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